martes, diciembre 20, 2005

A CUATRO AÑOS DEL COLAPSO

INTRODUCCIÓN A VELOCIDAD CLICK

Hoy se cumplen cuatro años del derrumbe de un modelo de país. Un modelo que, cual un Katrina económico, dejó un tendal de miseria, desprotección, desnutrición, ignorancia, enfermedad, muerte y excluídos del sistema. Miles de personas que a inicios de los '90 saldrían a trabajar todas las mañanas, aunque sea para hacer "changas", hoy cartonean de noche por las calles del la Reina del Plata y vuelven a sus casas en el "tren blanco". Y es que el fenómeno del "cartoneo", como se lo llama ahora, es (o debería ser) la consecuencia visible más visible, valga la redundancia, de diez años de un neoliberalismo "a la argentina", es decir, un neoliberalismo llevado a la estupidez paroxística. Y digo debería ser porque, aunque cueste creerlo, aún queda gente que quisiera volver a aquellos "dorados" años del "un peso - un dólar". Es como dice el acervo popular: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

REFLEXIONES DE UNA NOCHE DE (CASI) VERANO

Ayer a la tarde, 19 de diciembre, pasé de casualidad por la Plaza de Mayo. Comenzaban a llegar los primeros grupos de la manifestación en conmemoración por los hechos del 19 de diciembre de 2001. Observé lo mismo que había visto otras veces. O no: esta vez, justamente, lo observé, no lo ví. Y me surgieron algunas reflexiones, quizás a tono con este fin de año, con este nuevo aniversario de la caída del presidente de la vergüenza ajena.

UNO. Hubo un tiempo en que podíamos ir a Plaza de Mayo a manifestar y ocuparla en toda su extensión. Ancho y largo de la histórica plaza era, limitada por los edificios de rigor, la superficie que la gente ("el pueblo" cabría decir, haciendo gala de un cierto setentismo quizás demodée) podía ocupar, pisar, caminar.

De un tiempo a esta parte aparecieron las vallas. Una suerte de enrejados color policía, modulares, que se encastran unos con otros y forman hileras imposibles de atravesar. Las vallas primero estuvieron unos metros por delante de la Casa Rosada, la casa desde la que se gobernó (o se intentaba, al menos) el país.

Luego, y ante determinado tipo de marchas o manifestaciones, aparecieron esas vallas que partían a la Plaza de Mayo en dos, a la altura de la Pirámide de Mayo, unos metros más cerca de la Casa Rosada que la Pirámide pero lejos, muy lejos de las pretensiones de la gente (o "el pueblo") de acercar su voz y su cuerpo, su palabra y su gesto, sus gritos y sus golpes a la sede de la presidencia nacional.

El pueblo ("la gente") podía expresarse, la libertad de opinión no estaba en principio cohartada, pero el poder tuvo que poner distancia respecto de aquellos sobre quienes era ejercido (y se ejerce), quizás porque ese poder no se ejerció sobre, sino contra, la gente, el pueblo.

Ese sutil pero significativo reemplazo de una proposición por otra ("contra" en lugar de "sobre") implica una distancia nueva. Esa distancia, esa discreción (esa discrecionalidad) del poder político para con las manifestaciones gentiles (¿quedaría mejor, acá, decir "populares"?) significa, y esto es obvio, lo impopular de las medidas tomadas en el último tramo de la historia reciente. Eso es seguro. De paso, y haciendo una brevísima aunque imprescindible disgresión, por qué no recordar las gruesas chapas de metal tras las que los principales bancos se escondían de la furia de miles de ahorristas atrapados dentro del corralito económico impuesto por el ex superministro menemista (devenido ministro delarruista) Domingo Cavallo.

DOS. Pero la sede del poder nacional no quedó sola detrás de sus vallas. Hace casi un año, la tragedia de las mujeres y hombres de Cromañón puso en evidencia una macabra cadena de responsabilidades. Omar Chabán (dueño del local incendiado); el conjunto musical Callejeros, que daba su recital esa noche; los diversos mecanismos de control (mejor dicho: descontrol) dependientes del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aparecieron como los vértices de un triángulo de negligencias cuyo esclarecimiento aún exigen los familiares de las 196 personas muertas esa noche.

Así, las vallas aparecieron, también, frente a la sede del poder que gobierna a la Reina del Plata. El edificio históricamente conocido como "Municipalidad" (hoy, sede del Gobierno de la ciudad y distante cien pasos de la Casa Rosada, según comentaba en un "spot" de TV, en 1999, el futuro ex-presidente De la Rúa, por entonces Jefe de Gobierno porteño) se supo ganar sus vallas propias. La lógica indignación, la furia de centenares de personas obligó al mismo tipo de escudo que, tiempo atrás, necesitó el poder nacional.

TRES. Hoy estoy triangular, parece. Y es que la asociación libre (o no tan libre) me lleva a pensar nuevamente en los cartoneros. En apariencia, ellos no padecen vallas de ningún tipo. Pueden moverse (y lo hacen) por cualquier punto de la ciudad. Tienen prácticamente un tren a su disposición. Son quienes "colaboran", por decirlo así, brutal y sarcásticamente, con la tarea de los camiones de basura cuyos estruendos nos sobresaltan cerca de la medianoche en ciertos barrios de Buenos Aires. ¿Para qué harían falta vallas?

Pero las vallas que ellos padecen son, quizás, las más terribles de cuantas podrían interponérseles. Las vallas son de tipo económico, por supuesto. Pero cultural también. Y ésta es una dimensión que, no por menos urgente, deja de ser tan importante. Ya es casi un cliché decir que la educación en la Argentina fue objeto de una política de desguace tal que deja a las ex-empresas estatales y a las otrora poderosas (y a veces elefantiásicas) estructuras del Estado como mosquitos delante de águilas. Hay pibes, adolescentes de "clase media" --va entrecomillado sólo para que nos entendamos-- que no saben ni lo elemental. ¿Qué queda para los hijos de cartoneros que el año que viene, por ejemplo, deberían ingresar a primer grado y no podrán hacerlo porque la familia sólo necesita más manos, aunque sean las de un nene de 6 años, para salir a buscar cartones, plástico, basura?

Dentro de diez años vendrán, seguramente, varios ministros de Educación con las vestiduras rasgadas a quejarse por la mediocridad del nivel cultural de amplísimas franjas de la población; vendrán ministros del Interior preocupados porque los poderes coercitivos y las fuerzas de control social ya no dan abasto ante tanta violencia en las calles; vendrán cientos de manifestaciones de familiares de personas asesinadas por los excesos y los descontroles del poder; vendrán más ministros de Economía con sus consabidas recetas de "ajuste del ajuste", vendrán candidatos con soluciones mágicas, vendrán nostálgicos del neoliberalismo, del marxismo, del peronismo, vendrán nostálgicos... pero nadie podrá hacer nada hasta que en este país, que produce alimento para varias argentinas, se logre una redistribución de la riqueza (y del alimento, por empezar) tal que, simplemente, logre que todos puedan comer las veces que haga falta comer por día; que todos puedan aprender lo que haga falta aprender para conseguir un trabajo digno, y que todos puedan trabajar lo que hay que trabajar para vivir sintiendo que esa palabra, "vivir", no es apenas un sinónimo de supervivencia del más fuerte... o del más solvente.

viernes, diciembre 16, 2005

Más malo que afanarle a un loco...

Me llegó un mail con una carta abierta a la comunidad de Alfredo Olivera, psicólogo y fundador del proyecto "La Colifata". Alguien les robó una computadora que vale más de 1.600 euros, en la que tenían información importante sobre el proyecto, y un minidisc. Están pidiendo ayuda. Hace instantes entré a la página web de "La Colifata" y, afortunadamente, el actor cómico y periodista Jorge Guinzburg les donó una computadora igual a la afanada, y el Sindicato de Empleados de Espectáculos Públicos, el minidisc.

"La Colifata" es una iniciativa pionera en el mundo cuyo objetivo es doble: transformarse en "herramienta clínica de recuperación de los pacientes" del Hospital Psiquiátrico José T. Borda, de Buenos Aires y, en segundo lugar, constituirlo como un "instrumento de intervención en relación con la problemática social del estigma de la locura", en palabras de Olivera, su fundador.

Guinzburg, así como las personas del Sindicato que donó el minidisc, son eso: personas, seres humanos. Quien o quienes robaron la computadora, también. Los internados que colaboran en el proyecto y su fundador, lo mismo. A todos los iguala su condición de seres humanos. Todos tienen una historia, un cerebro, un par de ojos, de manos y de piernas; todos ríen o lloran. Tienen pensamientos. Sienten cosas. Son, en algún punto, "iguales". Y sin embargo son, como se ve, profundamente disímiles. Unos ayudan, otros perjudican, otros tratan de zafar de su enfermedad, y otros tratan de zafar afanando a los que tratan de zafar. Una vez más, como siempre que uno se pone a reflexionar sobre la locura, cabe preguntarse de qué lado están los presuntos "locos"... aunque para eso hace falta, otra vez, redefinir el concepto de "locura".

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LA COLIFATA PIDE AYUDA (CARTA ABIERTA A LA COMUNIDAD)

Me llamo Alfredo Olivera. Soy psicólogo y director del proyecto "La Colifata". El objetivo de esta carta es comunicar algo que nos pasó recientemente y que nos tiene apesadumbrados. Tal vez usted nos pueda ayudar, por ejemplo, dando a conocer nuestra situación. Quizá también alguna persona o empresa se sienta en aptitud de, y con la predisposición necesaria, como para darnos una mano. Sufrimos el robo de una de nuestras herramientas de trabajo más importantes. Nos robaron una MAC APPLE Ibook G4 (allí teníamos mucha información y, además, nos permitía editar imagen y sonido).
Esa máquina la habíamos comprado con mucho esfuerzo, resultado de los aportes de una entidad llamada ASHOKA que ayuda a Emprendedores Sociales (soy uno de ellos). La compra de esa computadora portátil fue una decisión tomada con el afán de crecer y, además, una apuesta al desarrollo y futuro de nuestro proyecto. Tiene un valor de 1600 Euros, o más. El robo fue el sábado (10/12) en el Hospital Borda y sinceramente no sabemos si el autor fue un visitante o un paciente. Lo cierto es que, en un momento en el que nos toca enfrentar problemas serios de financiamiento, quedamos sin una herramienta fundamental para continuar con nuestro trabajo.

La Colifata es un proyecto --pionero en el mundo-- que intenta abordar los medios de comunicación con un doble objetivo. Por un lado, como herramienta clínica de recuperación de pacientes diagnosticados de psicosis (los comúnmente llamados "locos") y por otro, como un instrumento de intervención en relación con la problemática social del "estigma" de la locura (lo cual genera una práctica discriminatoria por parte de la población respecto a quién padece enfermedades mentales). Por eso hacemos radio, para eso hacemos televisión, para ayudar a disminuir los prejuicios respecto de la enfermedad mental y como terapia o complemento terapéutico para los pacientes, ayudando a su recuperación y reinserción social. Anualmente colaboramos en el proceso de externación del 35 % de los pacientes que tratamos. A su vez, evitamos re-internaciones ( en los últimos 2 años el índice de pacientes re-internados que reciben atención en Radio La Colifata fue menor al 5%). Todo un logro terapéutico. La Colifata fue la primera experiencia en el mundo en pensar los medios de comunicación como una herramienta terapéutica y para trabajar las problemáticas de la Salud Mental mediante el uso de la media. Es por eso que permanentemente somos invitados a dar conferencias en Sudamérica y Europa, y a eso se debe también la repercusión mediática en medios de prestigio internacional como son la BBC de Londres, la CNN de EEUU, Agencias como DPA, de Alemania, o la española EFE, la británica Reuters. Entre los diarios de renombre universal, cabe citar --entre otros-- a Le Monde, El País, Sunday Times, New York Times, etc. El modelo de La Colifata actualmente se está replicando (imitando) en varios países del mundo: En España, Italia, Francia, Uruguay y Chile se han iniciado proyectos inspirados en la experiencia argentina. Aquí ya existen mas de 20 proyectos en marcha que tomaron nuestro modelo. La Colifata es una ONG. No tenemos apoyo por parte de las autoridades del Hospital, pero sí, y mucha, por parte de algunos de los profesionales que trabajan allí. Actualmente no recibimos financiamiento alguno y todos los que trabajamos en el proyecto ( me incluyo) lo hacemos ad honorem, lo cual a esta altura me parece simplemente absurdo, teniendo en cuenta los resultados alcanzados, la repercusión obtenida y --especialmente-- los desafíos del futuro para una sociedad que demanda los mejores cuidados en materia de salud integral, incluyendo la salud mental. Nos gusta mucho hacer lo que hacemos, y lo hacemos con placer y alegría en un lugar donde la materia prima es el dolor: el Borda. Es un privilegio para mí hacer lo que hago, porque me gusta, porque es mi pasión y porque es un modo ético y responsable de estar en el mundo. Sobre todo, me gusta porque le hace bien a un colectivo grande de personas: tanto a los pacientes como a la comunidad que puede intervenir en relación con el problema. Pero también sucede que nos cuesta... y MUCHO seguir "remándola" a pulmón después de 15 años. Tal vez este robo sea esa gota que colmó. Y como queremos seguir trabajando, y como queremos seguir existiendo, y como todavía queda mucho por hacer, es que deseo transformar la bronca, desilusión e impotencia en otra cosa. Al menos comunicarlo, al menos hacerlo saber y pedir ayuda. Nos robaron una APPLE Ibook G4 de 60 Giga 14" pulgadas, 512 mb de Ram ( serie o modelo) SD M9628T. número de matricula 4H5081YSRCU. Tiene información importante de LA COLIFATA . Si alguien pudiera informarnos acerca de ella estaríamos agradecidos. Y si alguna persona o empresa pudiera ayudarnos a comprar una igual seríamos felices.


Alfredo Olivera.
Psicólogo
Mat. 30.852
Fundador del proyecto "La Colifata"
(15) 5000-4601 / (011) 4554-4354
alfredo.olivera@gmail.com
www.lacolifata.org

jueves, diciembre 15, 2005

PAGAMOS, DIJO RAMOS

Hace instantes se anunció que el Gobierno cancelará su deuda con el FMI. Los dos principales diarios, Clarín y La Nación, al menos en sus ediciones on line, publicaron prácticamente lo mismo. Ahora, caben varias preguntas que iré desarrollando (o se irán respondiendo) a lo largo de los próximos días: primero, de la lectura de la nota de Clarín se desprende que los casi 10.000 millones que se pagarán "antes de fin de año" son parte de una "deuda total", que "se mantiene cerca de los 120.000 millones" de dólares. ¿En qué consiste esa deuda? ¿Quiénes son los acreedores, excepto el FMI? No estoy poniendo en duda que esto sea así. Lo que digo (lo que critico) es que no se especifica, no se aclara, no se informa. Y, por lo tanto, no se está informando bien.

Además, creo que, si se logra hacer abstracción de ciertas magnitudes llenas de ceros se tiene más noción de lo que se está hablando. 120.000.000.000, comparado con 9.000.000.000 es algo borroso. Ahora, comparemos miles de millones entre ambas cifras. Sacando los nueve ceros de esos extensos números, queda una comparación entre 9 y 120. Pensar en que nos arrojen de un edificio de 9 metros de altura es bastante diferente a que lo hagan de uno que llega a los 120 metros... por más que en ambos casos uno pueda resultar muerto, es cierto.

Otra pregunta preliminar. Clarín dice que "de todas maneras, resta todavía saber cómo se cancelará la deuda nueva que se tomará para pagarle al Fondo". ¿Se sigue entonces con la bicicleta de las deudas? ¿Seguimos endeudándonos para pagar las deudas? Entonces, ¿cuándo se termina esto? ¿Quedamos tan en condiciones de "reconquistar autonomía e independencia", como sostiene (entre otros) el economista Héctor Méndez, según La Nación on-line?

Ojalá las cosas fueran como las pintan. Pero mi sensación --sin análisis sesudos, y a apenas un par de horas de anunciada la noticia-- es que al menos estos dos medios (los de mayor cobertura, tirada e influencia de la Argentina, que no es poca cosa) están informando con un exitismo que me parece demasiado "contagiado", para mi gusto, del clima y la estrategia política del Gobierno.

Como se dice en las historietas, "esta historia continuará"...

miércoles, diciembre 14, 2005

El Maitén

(A Ana María Reigosa, por los árboles que pudimos abrazar juntos)

Tuvimos que alcanzarle el bastón. Tuvimos que aclararle que la tierra del jardín no estaba embarrada, pese a las lluvias de días anteriores. Tuvimos que sostenerla mientras caminaba, con paso vacilante, sobre el pasto. Tuvimos que ayudarla a descender el módico desnivel, la suave pendiente de apenas un metro que se interponía entre la entrada de la casa y el maitén.

Éramos pocos. Ella, sosteniéndose sobre el bastón, nos transmitía la imagen de una anciana que pese a todo conservaba intacta una inquebrantable fuerza de voluntad. Nosotros cuatro --y el nieto—la acompañábamos en silencio.

Más allá del maitén, de la ligustrina, del gran pino azul, de la tranquera de entrada al jardín, más allá del Barrio El Faldeo, ubicado a unos cuatro kilómetros de San Carlos de Bariloche, se extendía el enorme lago Nahuel Huapi y las suaves montañas de enfrente, empeñándose en conservar algo de nieve pese a lo avanzado del verano. Detrás de la casa, el turístico Cerro Otto estaría coronado por la confitería giratoria, la plataforma desde la que se lanzaban diariamente los instructores de parapente y sus alumnos, y la cotidiana miríada de extranjeros que no se cansarían de maravillarse por lo paradisíaco del paisaje.

El objetivo de Ana era acercarse caminando al enorme maitén que, a escasos metros de la entrada de autos, se elevaba unos 15 metros con su tronco áspero, su follaje rústico y verde oscuro, su silencio apagado y vegetal. Era una promesa. Una promesa desde su última internación, ésa que la había mantenido más de un mes casi inmóvil, que casi le había quitado la capacidad de caminar.

“Los árboles siempre me transmitieron energía; siempre me dieron la sensación de que, si les pido algo, me ayudan a conseguirlo”, nos decía antes de salir al jardín, mientras su esposo preparaba el bastón, la campera (“afuera está fresco, gorda, ponete esto”) y la cámara de fotos. Porque era todo un acontecimiento: Ana no sólo había vuelto a caminar, sino que estaba por cumplir una promesa que se había hecho a sí misma en los peores momentos de la internación, cuando el pesimismo de algunos médicos y la fría racionalidad de las estadísticas indicaban que, muy probablemente, no podría volver a desplazarse sola.

“Siempre sentí que abrazar un árbol es una forma de conectarse con la tierra, es una forma de descargar todo lo negativo que uno lleva adentro para que el árbol lo absorba. Y, a la vez, para que él nos transmita su energía natural, la paz de la tierra, su sabiduría”.

No recuerdo si ese pensamiento se basaba en alguna historia mapuche que alguna vez le contaron. Pero bien podría (o debería) ser una leyenda de ese pueblo que habitaba, entre otras zonas, el alto valle de la provincia de Río Negro, en el sur argentino, mucho antes de que se llamara Río Negro, mucho antes de que nos llamáramos “argentinos”. Los tiempos en que el Lago Mascardi, a pocos kilómetros al sur del Nahuel Huapi, era conocido como Relmü Lafken (lago de los siete colores, en idioma mapuche).

Tuvimos que caminar despacio. La voluntad inquebrantable de Ana consiguió, como tantas otras veces, llegar adonde quería llegar. Jorge, su esposo, y Matías, uno de sus hijos, no desaprovecharon la oportunidad de fotografiarla: Ana había vuelto a caminar; estaba llegando al maitén; estaba cumpliendo su promesa.

Apoyó una mano sobre el tronco. Suavidad rugosa contra aspereza cálida. Mano y tronco se encontraron. Ana le entregó a su esposo el bastón, y se acercó más aún. Abrazó el enorme tronco. Todos hicimos lo mismo. Éramos seis personas –incluido el nieto— rodeando el diámetro de un tronco de maitén. Éramos seis personas, cada cual a su modo, tratando de conectarnos con ese árbol majestuoso aunque humilde, que carece de la elevada petulancia de los coihues, o de la salvaje indiferencia de los pehuenes. Seis personas pidiendo un deseo, cada una en su silencio, como se debe.

Al final, nos abrazamos entre nosotros. Luego, Ana dijo, con voz fuerte y mirando al cielo, como para que la escucharan todos los árboles del Cerro Otto, “Todavía no. Todavía no”. Luego me dijo, entre lágrimas, “estoy hecha una maricona”. “No”, le contesté yo. “Sólo estás emocionada. Permitítelo.”

Mi deseo duró sólo siete meses a partir de ese día. Ana falleció el 15 de agosto de 2005, 39 días antes de cumplir los 64 años de edad. Se la llevó ese maldito cáncer contra el que había peleado más de cuatro años.

Hoy, que ya estamos próximos al fin de año y su recuerdo es un trago agridulce para el alma, siento que me haría bien detenerme cinco minutos y abrazar algún árbol, aunque en Buenos Aires no haya maitenes.

lunes, diciembre 12, 2005

Weblock, un block en la web

¿Por qué abrir un weblog? ¿Para seguir los imperativos de no sé qué moda en Internet? ¿Para tener algo que contarle al mundo? ¿Para satisfacer ciertos apetitos del ego? ¿Para no quedar afuera (afuera de qué, de paso)?
Y más: ¿para qué sirve tener un weblog? ¿Para contar con una suerte de diario íntimo virtualmente disponible para el mundo entero, un diario privado con carácter público? ¿Para darse corte entre amigos? ¿Para levantarse minas? ¿Para decir "yo también tengo un weblog"? ¿Para despuntar un cierto vicio de escritor / periodista, cuando no se es por completo ninguna de las dos cosas? ¿Para publicar (mis) poemas, (mis) cuentos? ¿Para relatar historias y leyendas urbanas? ¿Para tener qué hacer en las noches de insomnio? ¿Para promocionarlo en la comunidad blogger?
Y más aún: ¿cuándo conviene abrir un weblog? ¿Cuando ya estamos podridos? ¿Cuando aún quedan esperanzas? ¿Cuando la suerte que es grela, fayando y fayando, te largue paráu? ¿Cuando uno se cansa de decir y no hace? ¿Cuando uno siente, en los tuétanos y en los días, que la vida es corta?
Y mucho más todavía: ¿Para quién escribir en un weblog? ¿Para el mundo entero? ¿Para los amigos? ¿Para los compañeros de laburo (cuando se tiene laburo, cuando hay compañeros)? ¿Para (insisto) las minas? ¿Para uno mismo? ¿Para cualquier persona de bien que quiera habitar el cielo de Internet?
Quizás un weblog sirve un poco para todas esas cosas. O quizás sea más fácil. Quizás se puedan responder esas preguntas --que integran, con otras, las "cinco W" del periodismo (qué, quién, cuándo, dónde y por qué)-- con algo así:
¿Por qué abrir un weblog? Porque sí. ¿Por qué no?
¿Para qué sirve tener un weblog? Para contar cosas. ¿Por qué esa necesidad de pedirle una grosera utilidad a todo?
¿Cuándo conviene abrir un weblog? Cuando se nos dé la gana. Cuanto antes, mejor.
¿Para quién escribir en un weblog? Para quien disfrute leyéndolo.
Como muchas cosas en la vida, las respuestas suelen ser bastante simples, ¿no? He aquí, entonces, Weblock. Un block de notas en la web.